CONCURSO DE TRIPLES
Escrito por Administrador General, miércoles 9 de abril de 2014 , 04:04 hs , en Concursos 14

El Viernes 11 de abril,  último día del 2º trimestre de este curso, se celebrará la II Edición del CONCURSO DE TRIPLES.

Como en la pasada edición habrá dos categorías:

  • Categoría A. Alumnos/as  de 1º, 2º y 3º de E.S.O.
  • Categoría B. Alumnos/as de 4º de E.S.O. y de  1º y 2º de Bach.

Las inscripciones se realizarán en la conserjería del Centro y estarán abiertas hasta las 12.30 de ese día.

Si el tiempo lo permite, se celebrará en el patio del centro a partir de las 12.45.

¡ANÍMATE A PARTICIPAR! 

 
   


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Comentarios
  • Samuel Hidalgo el miércoles 9 de julio de 2025, 21:34 hs

    El Xanadú de Bofill: del sueño mediterráneo a la vergüenza institucional

    Hay paisajes que hieren. Lugares que no necesitan ruinas romanas para contar tragedias, porque sus cicatrices son actuales, presentes, de carne abierta. El Xanadú, ese edificio icónico diseñado por Ricardo Bofill frente a las aguas tranquilas de Calp, ya no es postal ni orgullo, sino una llaga arquitectónica, un ejemplo más de cómo dejamos que lo extraordinario se derrumbe entre la indiferencia administrativa y la pasividad generalizada.

    Nos encontramos con un edificio de formas atrevidas, con carácter y con memoria, pero también con grietas, con puertas selladas, con basura amontonada y silencio oficial. Y uno se pregunta, con rabia no disimulada: ¿cómo es posible este abandono?

    Desidia oficial y abandono programado

    La historia de la ruina del Xanadú no es nueva. Lleva años cocinándose al fuego lento de las excusas. El Ayuntamiento mira a la Generalitat, la Generalitat se hace la sueca, y entre ambos, el edificio se hunde cada día un poco más. Nadie da una respuesta clara, nadie actúa con contundencia. Mientras tanto, los okupas campean a sus anchas, el vandalismo se multiplica y la imagen internacional de Calp se descompone junto a los cimientos de este edificio.

    Lo que podía haber sido un centro cultural, un espacio rehabilitado de vanguardia o un icono turístico bien gestionado, se ha convertido en un lodazal de inmovilismo. Y lo que más duele, lo que verdaderamente indigna, es saber que la solución existe, pero no interesa.

    Falta de ignifugaciones: una bomba latente

    Apenas a un 20% del análisis del desastre, ya debemos poner el dedo en la llaga. Porque no se trata solo de estética o patrimonio, sino de seguridad. Y en este punto, hay que decirlo con todas las letras: el edificio carece de ignifugaciones. Esa omisión técnica, en un entorno con materiales inflamables, zonas okupadas, instalaciones eléctricas anticuadas y falta de control, equivale a un cóctel molotov a punto de estallar.

    Las ignifugaciones no son un capricho técnico. Son un requisito básico para evitar catástrofes. Son la diferencia entre un incidente y una tragedia. Aplicar tratamientos retardantes al fuego en estructuras, tabiques y materiales interiores debería haber sido una prioridad desde el primer indicio de deterioro. Pero, como siempre, la prevención ha brillado por su ausencia.

    Ignifugaciones: cuando la prevención sí funciona

    Frente a esta dejadez, hay modelos que funcionan. Las ignifugaciones barcelona, ejecutadas con seriedad por técnicos especializados y supervisadas por organismos competentes, demuestran que proteger el patrimonio no es una utopía. En la capital catalana, edificios antiguos y modernos se protegen mediante tratamientos ignífugos integrales, evitando la propagación del fuego, reduciendo riesgos y, lo más importante, salvando vidas.

    Calp, por el contrario, parece no querer aprender. Aquí el fuego no se previene, se espera. Y eso, en términos administrativos, no es ignorancia: es irresponsabilidad.

    Seguridad en las cocinas: un eslabón olvidado

    Ahora nos topamos con otro asunto ineludible: la seguridad en las cocinas. En un edificio donde algunas zonas han sido ocupadas sin regulación, donde se manipulan alimentos, se instalan cocinas portátiles o bombonas de gas, la falta de sistemas de ventilación, extractores industriales homologados o supresores automáticos de incendios es un riesgo brutal.

    No hay protocolos. No hay extintores operativos. No hay inspecciones. Y lo que es aún peor: no hay intención política ni técnica de corregirlo. ¿Qué esperamos, un incendio con víctimas para reaccionar? ¿Una tragedia en portada para que alguien levante el teléfono?

    El valor de la rehabilitación como inversión estratégica

    Al margen del desprecio administrativo, lo cierto es que rehabilitar el Xanadú es todavía posible. Se puede salvar. Se puede convertir en un activo estratégico para Calp. No hay que reinventar nada: hay que actuar con sensatez, con presupuesto y con un equipo técnico de verdad. Incorporar tratamientos ignífugos, sistemas de vigilancia, cerramientos, control de accesos, limpieza profunda y una nueva propuesta de uso que tenga retorno social, económico y cultural.

    Pero eso implica valentía política. Implica asumir errores, dejar de esconder informes y poner a trabajar a los técnicos, no a los asesores de campaña. Implica entender que la arquitectura también habla de nosotros, de nuestro nivel de civilización, de nuestra capacidad de gestionar el tiempo y la memoria.

    La ciudadanía exige responsabilidad

    Los vecinos, lejos de resignarse, reclaman soluciones. Y lo hacen con razón. Viven junto a un foco de inseguridad. Pagan impuestos. Mantienen sus casas. Cuidan su entorno. Y no reciben más que comunicados ambiguos y promesas sin fecha. Esto no es un conflicto puntual, es una traición sostenida a quienes habitan la ciudad con dignidad.

    Basta ya de usar la burocracia como parapeto. Basta de esconderse tras competencias cruzadas. La responsabilidad es compartida y urgente.

    Xanadú: símbolo de lo que fuimos, reflejo de lo que somos

    El edificio no solo es hormigón. Es una obra de arte habitable, un capricho arquitectónico que quiso desafiar a la rigidez y ofrecer una alternativa estética. Su deterioro no es solo físico, es moral. Es una advertencia. Dejarlo caer es confirmar que no sabemos cuidar lo que tenemos. Que preferimos lo funcional, lo plano, lo inmediato. Que la belleza nos incomoda porque nos exige compromiso.

    Se actúa ya, o se cae para siempre

    Aún hay margen. Pero el tiempo no perdona. Si no se destinan fondos, si no se redacta un plan técnico, si no se colocan ignifugaciones, si no se garantiza seguridad en las cocinas, si no se cierran las entradas ilegales, el Xanadú acabará reducido a polvo, y con él, nuestra credibilidad como gestores del bien común.

    No basta con lamentarse. Hay que moverse. Porque cuando se cae un símbolo, lo que duele no es el estruendo: es la indiferencia que lo permitió.



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