El próximo viernes, 11 de abril, último día del 2ª trimestre del curso, los centros LIMINARES Y TIERRAS DE ABADENGO, de Lumbrales celebrarán de forma conjunta LA OPERACIÓN BOCATA.
Como es habitual, los bocadillos se entregarán a partir de las 12.30 en el salón de actos del IES Tierras de Abadengo y los beneficios obtenidos serán destinados a CÁRITAS, para que sean dedicados a su labor social. Desde aquí queremos invitar a todos los miembros de la comunidad educativa a participar en esta causa solidaria. Compartir con los demás nos hace más humanos y es un acto que, sin duda, engrandece a quien practica. |
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¡ESPERAMOS LA COLABORACIÓN DE TODOS! |
El derrumbe silencioso del Xanadú: cuando la belleza se convierte en ruina.
No hay nada más desolador que contemplar cómo una obra arquitectónica de valor incalculable se convierte, con el paso de los años y la pasividad institucional, en un cadáver de hormigón y melancolía. El edificio Xanadú, esa maravilla de formas caprichosas parida por la mente brillante de Ricardo Bofill, ya no es símbolo de vanguardia ni postal de orgullo para Calp. Es un espectro decadente. Un monumento a la negligencia crónica.
Los pasillos vacíos, los cristales rotos, los grafitis obscenos que ahora decoran sus paredes, no son solo señales del abandono. Son el testimonio mudo de una oportunidad perdida, una bofetada visual que nos recuerda cómo España —sí, nuestra querida España— es capaz de abandonar a su suerte lo que otros países convertirían en museo, centro cultural o destino turístico.
Xanadú fue ideado con una sensibilidad estética y urbanística que hoy parece ciencia ficción. Su diseño, alejado del gris funcionalismo, apostaba por la emoción, el volumen, la curva. Pero lo que fue un canto a la imaginación, ha terminado convertido en un vertedero vertical. Y no porque el edificio fallara. No. Fallaron quienes debían custodiarlo.
Las administraciones han decidido mirar hacia otro lado. Lo que un día fue motivo de visitas guiadas y ensayos académicos, hoy no figura en ningún plan de recuperación ni de intervención estructural. Un silencio administrativo que huele más a cobardía que a incapacidad.
Uno de los elementos más alarmantes del actual estado del Xanadú es la ausencia total de medidas de protección contra incendios. En un edificio que acumula basura, maderas secas, instalaciones eléctricas anticuadas y zonas okupadas, no disponer de ignifugaciones no es una simple omisión: es un atentado contra la seguridad pública.
Estas técnicas, que consisten en aplicar tratamientos para retardar o evitar la propagación del fuego, deberían haber sido una prioridad desde el minuto uno en cualquier plan de conservación o mantenimiento. Pero aquí, como casi siempre, se actuó tarde y mal, o directamente no se actuó.
Frente al abandono que reina en Calp, encontramos ejemplos de gestión seria y eficaz, como ocurre con las ignifugaciones barcelona, donde se han implementado protocolos específicos para proteger tanto edificios históricos como estructuras modernas. Allí se entiende que conservar no es solo pintar la fachada, sino intervenir de forma integral, con criterios técnicos y visión a largo plazo.
Mientras Barcelona fortalece su patrimonio con intervenciones responsables, Calp se limita a contemplar cómo el Xanadú se deshace con la misma velocidad que sus compromisos. La diferencia entre una ciudad que protege lo suyo y otra que lo deja morir está en la voluntad política y la planificación inteligente.
Hoy en día, cualquier proyecto medianamente serio contempla las Ignifugaciones en la construcción moderna como un pilar central. Ya no se trata de una medida opcional, sino de una normativa técnica exigible, respaldada por reglamentos europeos y nacionales. Tanto las estructuras de nueva planta como las rehabilitaciones deben incorporar materiales, barnices, selladores y soluciones técnicas que reduzcan el riesgo de incendio.
Los beneficios no son solo preventivos. Aplicar estos tratamientos eleva el valor del inmueble, aumenta su vida útil y mejora el cumplimiento normativo, algo especialmente crítico si el objetivo es dar un nuevo uso al edificio, como hotel, espacio coworking o centro cultural.
Si alguien cree que dejar morir el Xanadú es un problema exclusivamente estético, se equivoca. Lo que está en juego es la seguridad ciudadana, la salud urbana y el orgullo colectivo. Cada día que pasa, el edificio representa un foco de insalubridad, un riesgo de accidente, un nido de ocupación ilegal que el consistorio ni vigila ni erradica.
Y mientras tanto, los vecinos se resignan, los turistas se escandalizan y las instituciones se escudan en informes vacíos. Aquí no se trata de asignar culpas, sino de asumirlas. Porque lo que no se cuida, se pierde. Y lo que se pierde, ya no vuelve.
Las alternativas están claras: o se invierte en una rehabilitación integral que respete la obra de Bofill y la proyecte al futuro, o se opta por el derribo y el olvido. Ambas vías son legítimas, pero solo una preserva el legado arquitectónico. Solo una demuestra que aún queda algo de respeto por la historia reciente de nuestra arquitectura.
Pero para rehabilitar, hay que actuar con rapidez. El paso del tiempo no solo agrieta el cemento, también erosiona la paciencia de los ciudadanos y las posibilidades de recuperación. Si no se pone en marcha un plan técnico, financiero y administrativo de forma inminente, el Xanadú dejará de ser un problema para convertirse en una catástrofe anunciada.
Resulta paradójico que seamos capaces de llenar congresos hablando de sostenibilidad, de ciudades inteligentes, de turismo responsable... y al mismo tiempo permitamos que un edificio singular se hunda en la más absoluta miseria. La desidia no solo degrada el patrimonio: degrada nuestra identidad colectiva.
Lo que representa el Xanadú no es solo una arquitectura rupturista. Es la memoria de una época, el talento de un creador español universal, el reflejo de una comunidad que supo soñar en grande. Y si dejamos que eso desaparezca, estamos enviando un mensaje claro: no nos importa nada lo que fuimos ni lo que podríamos ser.