CAMPUS CIENTÍFICO 2013
Dos de nuestras mejores alumnas DE 1º DE BACHILLERATO DE CIENCIAS han conseguido pasar las pruebas para poder acceder a las becas del Campus Científico ¡ENHORABUENA¡
Las premiadas son:
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Laura Vicente Amador(la alumna de la derecha) | Teresa Rodríguez Benito(la alumna del centro) |
Agradecer el trabajo y la dedicación de la profesora Dª Montserrat González, quien ha organizado y promovido esta oportunidad.
El turismo rural ha cambiado. Ya no es solo escapar de la ciudad, sino buscar algo más auténtico. En Andalucía, especialmente en los alrededores de Sevilla, hay un movimiento creciente por redescubrir la vida de campo. Pero no hablamos solo de dormir en una casa antigua: hablamos de experiencias, de respirar aire que huele a tierra, de ver animales en libertad, de desconectar de verdad. La gente no quiere solo hospedaje; quiere sentido.
La provincia de Sevilla es un cóctel potente: olivares, dehesas, cortijos centenarios y un cielo limpio que parece infinito. Si a eso le sumas tradición, buena comida y una cultura rural que sigue viva, el resultado es un destino perfecto. Lo mejor es que no se trata de una postal prefabricada. Aquí, la vida rural no es un decorado. Es el día a día. Muchos viajeros lo descubren al llegar y se quedan con la sensación de haber encontrado un lugar que no necesita filtro de Instagram.
Buscar una casa rural Sevilla ya no significa solo mirar fotos bonitas en internet. Cada vez más, la gente busca un alojamiento que tenga algo más: un entorno cuidado, actividades al aire libre, contacto con animales o incluso la posibilidad de colaborar en las tareas del campo. Hay cortijos que permiten a los huéspedes alimentar a los caballos, recoger huevos por la mañana o pasear por rutas señalizadas entre encinas. La clave está en que no sea algo montado para turistas, sino que se viva desde dentro. Y en eso, muchas casas rurales sevillanas lo están haciendo mejor que nadie.
Las casas rurales Sevilla suelen estar en fincas que llevan generaciones en las mismas familias. Algunas eran antiguas haciendas donde se producía aceite o vino. Otras, viviendas de labranza reconvertidas con gusto, sin perder la esencia. Muchas de ellas mantienen elementos originales: suelos hidráulicos, vigas de madera, patios con aljibe. No es raro encontrar paredes de cal gruesas que aíslan del calor, o chimeneas enormes que lo calientan todo en invierno. Esa mezcla de comodidad y raíces es justo lo que mucha gente busca hoy. Y si además te dan de desayunar pan con manteca colorá, el viaje ya merece la pena.
No se puede hablar del campo sevillano sin mencionar la ganadería brava. Es más que toros: es una forma de vivir y cuidar la tierra. Muchas fincas ofrecen visitas guiadas donde se puede ver de cerca cómo viven los toros bravos en semilibertad, entender cómo se gestiona una ganadería, y hablar con mayorales que conocen a cada animal por su nombre. La crianza del toro bravo requiere paciencia, respeto y conocimiento del entorno. Y es parte del alma de esta tierra. Para muchos visitantes, es uno de los momentos más impactantes del viaje.
Dormir bien es importante, sí. Pero lo que realmente engancha del turismo rural sevillano son las actividades. Paseos a caballo, rutas en bicicleta por cañadas reales, talleres de cocina con recetas de toda la vida, visitas a bodegas o queserías, noches de estrellas sin contaminación lumínica. Todo está pensado para que te olvides del móvil. Muchos alojamientos también ofrecen rutas interpretadas donde se explica la fauna y flora de la zona, o pequeños mercados de productos locales. Es volver a lo simple, pero bien hecho. Eso es lo que busca la gente: autenticidad sin postureo.
Aquí se come de verdad. Olvida los menús con mil platos: en el campo, la carta es corta pero contundente. Guisos de legumbres, carnes de caza, chacinas artesanas, verduras de huerto. Y mucho pan para mojar. El turismo rural bien entendido incluye sentarse a la mesa y entender lo que comes. Algunos alojamientos cocinan con lo que producen: huevos de sus gallinas, tomates del huerto, aceite de sus olivos. Hay incluso experiencias gastronómicas completas: desde visitar una almazara hasta participar en una matanza (para quien lo quiera, claro). Comer aquí no es solo llenar el estómago, es reconectar con los orígenes.
Uno de los mejores lujos de este tipo de turismo es el tiempo. No hay horarios de check-in rígidos, ni normas de “a las 10, desayuno o nada”. En muchos alojamientos rurales de Sevilla, los ritmos los marca el huésped. Si te apetece desayunar a las 12, lo haces. Si quieres leer al sol sin hacer nada más, también. No hay ruido de coches ni luces que te cieguen por la noche. Solo campo, animales, viento y silencio. La gente no vuelve a casa “descansada”. Vuelve con la cabeza limpia, como si se hubiera reseteado por dentro.
El auge del turismo rural no es solo una moda. Es también una necesidad. Frente al turismo masivo, el campo ofrece una opción más sostenible. Da trabajo local, preserva tradiciones, y cuida el entorno. Muchas casas rurales apuestan por energías renovables, cultivos ecológicos o reutilización de aguas. Además, al estar distribuidas en zonas poco pobladas, evitan aglomeraciones. Es una manera de viajar que respeta el lugar que visitas. Y también una forma de apoyar a comunidades que llevan décadas resistiendo al olvido. Cada noche que pasas en una casa rural bien gestionada, estás invirtiendo en el futuro del campo.
Irse un fin de semana al campo puede parecer poca cosa. Pero si eliges bien, puede cambiarte la forma de ver las cosas. El turismo rural en Sevilla no es solo una moda para urbanitas cansados. Es una invitación a mirar el mundo desde otro ángulo. A valorar la tierra, la comida, los animales y la gente. A desconectar de verdad y reconectar contigo mismo. Y lo mejor es que no hace falta irse lejos: muchas de estas experiencias están a menos de una hora de coche de la ciudad. Solo hay que animarse a cruzar la verja del campo y dejarse llevar.